Londres estaba rodeado de una brisa única en los días anteriores. Las principales calles de la capital británica se adornaban, por los alrededores de la Abadía de Westminster, pasando por Regent Street o Trafalgar Square hasta el Palacio de Buckingham. Se avecinaba un acontecimiento extraordinario. La noche previa al gran día, alrededor de 5.000 personas se instalaron en sencillos campamentos en el corazón del Reino Unido, desafiaron a las temperaturas y todo obstáculo.
A las 08.15 horas se abrieron las puertas de la Abadía de Westminster, y , a partir de ese instante, empezó a acoger a los 1.900 invitados al acontecimiento. Entre la lista de asistentes figuraban personajes de la política británica, como Boris Johnson, alcalde de Londres, o John Major, antiguo primer ministro y único ex dirigente convidado, junto a los asistentes de sangre no azul ya ocupaban sus puestos en la Abadía cuando llegó el Príncipe Guillermo, lucía su uniforme rojo de coronel de los Guardias Irlandeses, su mayor rango militar. Lo seguían su hermano y padrino, el príncipe Harry. Posteriormente, arribaron los autobuses que movilizaban a los 46 miembros de distintas monarquías convidados. Entre ellos se encontraban la Reina Doña Sofía y los Príncipes de Asturias, que fueron la representación española en el evento y destacaron por su elegancia.
Con puntualidad, se acopló a ellos la Familia Real anfitriona, precediendo la espectacular aparición de la novia. Kate hacía su entrada en Westminster de la mano de Harry Middleton, su padre, brillaba en un vestido de satén marfil y blanco, con cuerpo de manga larga de encaje, escote de corazón y una cola más corta de lo que se esperaba. Un vestido único de la casa, Alexander Mcqueen.
La Reina Isabel II le dotó de una diadema de 1936 a la contrayente, a la que convirtió, tras la ceremonia, en Duquesa de Cambridge. La nueva integrante de la Casa Real británica hizo su recorrido al altar mientras la pieza que Harry Parry preparó para la coronación de Eduardo VII en 1902 daba apertura a la banda sonora de un suceso que siguieron unos 2.000 millones de espectadores de todo el mundo.
Kate Middleton prometió: "amar, reconfortar, honrar y cuidar" a su esposo, antes de que el Príncipe le pusiese, la alianza de oro galés de la casa. Acto seguido, llegó el momento esperado de la ceremonia, donde Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, los declaró marido y mujer, ante la contemplación de los testigos.
El pueblo inglés se aglomeraba a las afueras del templo para saludar al matrimonio, entre vítores y aplausos, sobre el repicar de las campanas de la Abadía. La carroza State Landau de 1902 que hace 30 años utilizaron los padres del novio tras su boda trasladó a Kate y a Guillermo a Buckingham Palace.
Las celebraciones públicas llegaron a su fin en el balcón del Palacio, después del esperado beso. Los aviones de la Real Fuerza Aérea saludaron la cima del evento cruzando el nublado cielo londinense, que amenazó con lluvia, pero, al final, no cumplió sus advertencias. Después de recibir la cálida ovación de la masa patriótica que formaban los miles de congregados en los jardines que flanquean Buckingham, el matrimonio partió en un Aston Martin descapotable, conducido por el Príncipe.
Solamente es el principio de una vida juntos, donde William y Kate, juraron amor ante Dios y todo el mundo. Para ellos la mejor suerte del mundo, que encuentren paz y libertad en el tiempo que les espera unidos. Al fin hay una mujer que encontró su príncipe azul.